primeras versiones de los ensayos y notas recogidos en su fina recopilación, también es profesor universitario, y la gama de sus intereses no puede ser más amplia y sensata. Por otro lado, demuestra cómo el ámbito descrito arriba puede ocasionar que el periodismo cultural sea más exigente. En ese sentido su libro revela cierto paralelismo con los autores que interpreta, por la capacidad para hilar fino, por cruzar fronteras culturales, además de borrar límites conceptuales y temporales para entender las producciones humanistas de manera juiciosa. Todo ese andamiaje hace pensar en cómo Arranz llegó al título de su compendio, y la lectura de sus artículos, ensayos y notas críticas hace inevitable pensar en que le preocupa sobre todo la construcción de la ficción, sus apuntalamientos tanto como el edificio terminado, y la mirada desde afuera que indudablemente obliga proceder hacia los espacios y componentes internos, es decir, a las conexiones que el arquitecto-autor tal vez tuvo en mente, o como siempre ocurre con los críticos perspicaces como Arranz, que las neuronas que hacen disparar los buenos autores, dejándonos más preguntas positivas y productivas que respuestas fijas.